Me considero un foodie literario. No lo puedo evitar. Me gustan mucho las novelas que hablan sobre la comida, y quizás fue esa la razón por la que vivo enamorado por Como Agua para Chocolate (de mi querida Laura Esquivel).
Cuando hago la investigación para cada una de mis novelas históricas pongo mucha atención a cómo debió ambientar a mis personajes. Esto no se trata sólo de saber cómo vestían las personas de hace dos, tres o cinco siglos, o a qué palabras usaban para establecer un diálogo. Para mí, hay una importancia en lo cotidiano, pues representa la mayor parte de su vida. Ahí, es posible describir los grandes monumentos que alguna vez llenaron las ciudades que hoy conocemos, pero que se perdieron con el paso de los años. Nuestro día a día está lleno de los común, de lo sencillo, sabemos cuáles son los olores que nos acompañan desde que despertamos, hasta cuando el momento en que nos recostamos en la almohada para dormir. Conocemos a la perfección el ácido olor del primer café de la mañana, el mentolado aroma de nuestro té favorito, cómo huele nuestra ciudad después de una tarde lluviosa y hasta cómo levantamos la nariz cuando pasamos por ese puesto de la calle que tanto se nos antoja.
Incluso ahora, al leer estas palabras, querido lector, evocas, no solo deliciosos aromas, sino los recuerdos que te trae.
Por lo mismo, cuando escribo, siempre intento descubrir esos aromas de otros tiempos, los del banquete de Moctezuma o los de alguna tertulia organizada por don Porfirio en aquellas noches oscuras antes del invento de la electricidad. Los sentidos nos permiten, no solo viajar a nuestros recuerdos, sino también a los de aquellos personajes que habitan en nuestra historia. Y, cuánto más hará un delicioso platillo acompañado de un vino exquisito.
La comida y el vino nos reviven recuerdos, a nos hacen viajar a la niñez, nos evocan a una persona que ya no está con nosotros, o nos permite presenciar otros tiempos. Yo mismo lo experimenté cuando en nuestras “Cenas con Historia” replicamos platillos que se sirvieron la noche fatídica en la que terminó en el fondo del negro mar, o cuando recreamos algunas de las recetas de la mismísima sor Juana Inés de la Cruz para hablar sobre su vida. Acompañado de un buen vino, aquello fue otra forma de tocar el cielo.
Por supuesto, no todo trata de los aromas, sino también de los sabores. Los lectores asiduos a mis libros habrán descubierto que pongo mucha atención en que los personajes coman correctamente y que nos compartan el antojo de los manjares dispuestos para otros tiempos y lugares. Preparo banquetes con la tinta y el papel. Pienso que la gastronomía son una forma de imaginar, de aprender, de viajar en el tiempo, de brindar con los grandes personajes de la historia y de crear noches inolvidables. Todo está en los sabores, los aromas y las historias que nos contamos.
En resumidas cuentas, no solamente me gusta leer aquellas novelas que me dan hambre, sino que también me gusta escribirlas. En ese sentido, preparar una de nuestras “Cenas con Historia” no es muy diferente a escribir una escena de uno de mi libros. La diferencia es, claro está, que con una terminas plenamente satisfecho, listo para ver cuál será tu siguiente viaje a través de la historia.